lunes, 15 de octubre de 2007

Cuestión de hábitos



Por Rodolfo Díaz Castañeda
rdiazcas13@hotmail.com

Parte 1

Las recientes expresiones de un personaje de tan lamentable apellido y deplorable ejemplo cívico, nos mueven a reflexionar en la importancia de conocer qué tipo de hábitos tenemos como personas e integrantes de una sociedad.

Convencido estoy: Nunca en la vida es tarde para cambiar y plantearse buenas intenciones, sobre todo, valorar esos proyectos personales y profesionales a emprender. Quizá se tenga la sensación de volver a empezar desde el principio y hacer un examen de conciencia sobre cómo nuestros hábitos influyen en los diferentes ámbitos de nuestra vida familiar, social y laboral. En efecto, nuestros hábitos sí afectan en el modo de vida de la ciudad y de la República que hacemos cada día con la política activa y la “no política” (que también es un modo de política)... Créame: Nunca se es tarde para proponernos cambiar de hábitos.

Si consideremos que los últimos estudios sobre la salud nos demuestran que –excepto los accidentes y las intervenciones quirúrgicas por enfermedades- nuestra genética determina nuestra vida más o menos en un 60%, y que el restante 40% depende, esencialmente, de nuestro modo de vivir, de cómo decidimos vivir nuestra particular y finita vida, en sí: de nuestros hábitos. No le demos, por lo tanto, tanta vuelta el asunto: Las decisiones que asumimos día a día determinan nuestro devenir... Todo cambio, todo desarrollo e inclusive ciertas curaciones de enfermedades pueden depender de una actitud enclavada en nuestra conciencia y ejercida de manera repetitiva devenga en hábito. La ventaja que además supone desarrollar hábitos saludables es que éstos terminan por incorporarse a nuestro comportamiento e inconscientemente. Al inicio del desarrollo de un nuevo hábito es necesario el esfuerzo, la voluntad y la conciencia; pero el hábito, una vez enclavado en nuestro quehacer cotidiano, nos demandará atención y cuidado para formar parte de nuestro activo de habilidades y competencias.

Son muchos los ejemplos: Cuando aprendemos a conducir un auto debemos pensar y coordinar diversas destrezas a la vez: Controlar el volante y los pedales, del cambio, de las palancas y botones de señalización, etcétera. Lentos y angustiados al inicio, necesitamos ciertas horas de práctica para asumir con toda naturalidad e incluso con placer el acto de conducir un auto. Lo mismo sucede con los oficios y profesiones; el aprendizaje de un idioma o de un instrumento musical, la práctica de un deporte, la disciplina de estudiar, el desarrollo de una habilidad artística e incluso un cambio de dieta o el abandono de una adicción. Una vez adoptados e incorporados, los buenos hábitos alivian al permitirnos ahorrar tiempo de pensar y aportarnos eficacia y eficiencia en el desarrollo de cualquier actividad; además, nuestro organismo se adapta y pone a disposición del hábito todo cuanto éste necesita.

El deportista que hace ejercicio habitualmente siente que su cuerpo le está aportando las hormonas necesarias en el momento preciso a realizar su rutina cotidiana. En caso de que no ésta no sea llevada a cabo, se sentirá inquieto y molesto, debido a que todo su organismo está acostumbrado al ejercicio habitual. Ello porque somos animales con costumbres, biología y psicología que se adaptan a toda rutina que con perseverancia, paciencia y voluntad anclamos en el acervo de nuestra experiencia, y se revela como útil, constructiva y saludable.

Pero el quid de la cuestión es que, del mismo modo que podemos desarrollar hábitos constructivos y sanos para nuestro desarrollo físico, intelectual o emocional, los hábitos se crean también a la larga y en lo patológico. La persona acostumbrada a beber alcohol en grandes cantidades, por ejemplo, soporta dosis que tumbarían a un bebedor esporádico. Toda persona que se caracteriza por tener la tendencia a siempre aplazar su responsabilidad desarrolla el hábito de “hacer todo a última hora”, y siempre andará de prisa y corriendo, con el riesgo de incurrir en error cualquiera que sea la tarea.

Quien se acostumbra a gritar para hacerse escuchar, generalmente, acaba destruyendo la posibilidad del diálogo razonable e incluso amable con el otro...