lunes, 27 de agosto de 2007

ROSTROS DE METRÓPOLIS

ROSTROS DE METRÓPOLIS *

Parte 1

Nos guste o no debemos aceptar que Hermosillo es una gran ciudad que vive los signos de una metrópoli en un mundo globalizado: Superpoblación urbana, crecimiento caótico y desigual.Como ciudadanía padecemos ya una serie de problemas cotidianos que podría convertirse en un “rosario de penitencia” si éstos no son atendidos con responsabilidad política, con inteligencia y consenso de la comunidad.

De lo contrario, los costos y riesgos de superpoblación, caos y carencia de servicios públicos básicos serán los tristes rostros de la ya prácticamente “metrópolis” de Sonora: Hermosillo.

Y, a propósito, ¿qué clase de “metrópolis” seremos en los próximos años? Para empezar hagamos un poco de memoria y recordemos que la noción de ser ciudadanos metropolitanos proviene de “Metrópolis”, de aquella magistral película de Fritz Lang de inicios del siglo XX que, por su sentido futurista, quedó en el imaginario colectivo.
En ese entonces, imagínese, solamente el 10% de la población de la Tierra vivía en ciudades, a excepción de Nueva York, Londres, París o Moscú que tenían una densidad millonaria. Hoy, a un siglo de distancia, más o menos un 50% de la población mundial vive ya en grandes ciudades.

Cabe destacar que la mayoría de las concentraciones urbanas crecen frenéticamente en los países pobres y, en términos de arquitectura, urbanística y demografía, a las ciudades del futuro ya no se les llamará “metrópolis”, sino “megalópolis”, no sólo por cuestión poblacional, sino, sobre todo, por sus consecuencias sociales y culturales en las personas.

Según las estadísticas mundiales, de las 33 megalópolis previstas en este primer decenio del siglo XXI, 27 de ellas tendrán más de 15 millones de habitantes y estarán ubicadas en los denominados países subdesarrollados (19 en Asia); sólo Tokio y Nueva York podrán ser consideradas como ciudades ricas en la lista de las más grandes del mundo.

Mucha gente aquí en nuestra naranjada ciudad ni idea tiene de lo que se nos aproxima con esto de convertirnos en orgullosos metropolitanos al estilo “american way of life”; en su mayoría, existe una idea distorsionada, romántica y peliculesca de lo que es una metrópolis futurista, seguramente por influencia de los medios de comunicación masiva, en especial del cine y la ciencia-ficción, desde “Metrópolis” hasta “Blade Runner” y “Matrix”, quizá, por tanta mitificación de las bondades de la modernidad.

Imágenes que en gran medida han incidido en esta visión equivocada al momento de imaginar el futuro al momento de imaginar el futuro de la ciudad entendida como metrópolis, al no deparar en la realidad anárquica que conlleva el desmedido crecimiento urbano que engulle y asfixia los sentidos de los seres humanos.

Es una cruda realidad que poco a poco, pero exorablemente, asfalta al mundo, ya sólo abarcable “a ojo de buen satélite”; como bien diría el prestigiado fotógrafo Robert Polidori en su reciente publicación “Metrópoli”, en imágenes impresionantes que reflejan la espectacular mutación de lo “metro” hacia lo “mega”.
Definitivamente, la idea de ciudad ha cambiado en este siglo XXI de globalización y crisis de cambios.

A tal grado hemos legado que, ahora, el punto límite de la idea y de la identidad de la ciudad se sitúa en los 10 millones de habitantes.
Más allá de esa identidad; más allá de los semáforos, las autopistas de circulación, de los suburbios, los centros residenciales, los centros comerciales y las áreas industriales; más allá de la metrópoli fotografiable, empiezan a borrarse los perfiles de la ciudad y a dibujarse la nueva realidad de unas megalópolis que ya sólo pueden captarse por las cámaras del satélite o por las grandes estadísticas de la globalización.
También el arquitecto R. Koolhaas en su libro “Content”, basándose e gráficos y fotografías nocturnas del planeta visto desde una ventana del Apolo 16, nos muestra ese nuevo contexto megaurbano que ya no pueden captar las cámaras ordinarias.

Visto así, ya no son ciudades, ni siquiera áreas metropolitanas, sino nuevas e inéditas geografías urbanas, económicas, financieras y poblaciones de asfalto; techumbres, tráfico y “junkes-space” que de ninguna manera encajan en la tipología de metrópolis que hasta ahora conocemos; son las nuevas realidades que exigen para los nuevos atlas del mundo nomenclaturas y visiones muy distintas a las del siglo XX.

Para ir haciéndonos a la idea, ahí están las nuevas hiperrealidades que se llaman “Tokaido” (Tokio-Kioto), con 60 millones de habitantes y un área de 45 mil km2; “Boswash” (Boston-Washington), con 39 millones de habitantes 87 mil km2; “Eurocore” (en Europa), con 32 millones de habitantes y 43 mil km2; “Saorio” (Sao Paulo-Río de Janeiro), el delta del Ganges, el delta del Río Azul, el triangulo Pekín-Tianjín-Tangshan y demás megalópolis concentradas, digamos hiperáreas megapolitanas en espera de un nuevo concepto arquitectónico, que de entrada arruinan todos nuestros viejos mapamundis escolares.

Y mientras llegan esos lúgubres días, mejor lo invito a la próxima edición. Hasta pronto.

* (09.042005 El Imparcial)

Rostros de metrópolis

Parte 2

Si en los próximos años Hermosillo adquirirá los rasgos de una metrópolis, debemos preguntarnos: ¿Qué tipo de arquitectura urbana dibujará la metrópoli de Sonora en la cual nos convertiremos? ¿Llegará a ser una “ciudad global” o simplemente una casi metrópoli tercermundista con inseguridad ciudadana y zonas de marginación?

Las magníficas fotografías del Atlas de Koolhaas sobre la visión nocturna del planeta son como para ponerse a pensar en el lado oscuro del futuro urbano que nos depara la globalización; son imágenes que permiten distinguir a las “ciudades globales” de las concentraciones urbanas que han quedado rezagadas de la globalización.

Imágenes que evidencian las nuevas fronteras: Por un lado, ciudades con luces potentes y expansivas como gigantescas neuronas que a finales del siglo XX supieron reconvertirse en “ciudades globales”; por el otro, el brillo opaco y monótono de unas ciudades millonarias, sí, pero cuyas luces se extinguen al final de las periferias pobres e intransitivas autopistas.
Las “ciudades globales” del siglo XXI serán la nueva frontera entre los distintos mundos en los que todavía se divide este planeta construido con desbocada urbanización. Serán las ciudades que emiten las inconfundibles luces de la opulencia metropolitana, el resplandor de las telecomunicaciones, los parpadeos de esas infinitas pantallas que sostienen las economías en red; espacios de confluencia y competencia de las multinacionales “cuyo centro está en todas las partes y su circunferencia en ninguna”, cómo dirían Pascal y Borges; puntos geográficos de convergencia de la realidad y la virtualidad, de “chispazos de las conexiones entre las ciudades informacionales”, como diría Manuel Castells en su obra “La Cuestión Urbana”.

Las nuevas ciudades globales, son así –globales- porque están sincronizadas en tiempo real con todas y cada una de las ciudades de la globalización; sus ritmos productivos, financieros y consumistas ya sólo saben funcionar on-line. Donde los arquitectos e ingenieros urbanistas aunque no se ponen de acuerdo en el futuro urbano, reproducen mecánicamente siempre el mismo modelo (“american dream”) de ciudad.

Por otro lado, están esas otras ciudades maravillosamente fotografiadas por R. Polidori en toda su decadencia, situadas en la otra orilla de los telepuertos de esas bulímicas ciudades globales e informacionales: Metrópolis periféricas, intransitivas e inseguras que son, en rigor, las nuevas provincias del Imperio de la Globalización; no sólo nos hablan de las nuevas fronteras de ese atlas nocturno que ya no divide el mundo por continentes, estados, culturas, naciones, lenguas o regiones, sino por redes megalopolitanas de expansión.
Metrópolis que cuando se apagan las luces y llega el alba, se ve la miseria de unas arquitecturas que muchas veces son sólo arquitecturas de la miseria.

¿Qué podemos hacer nosotros, simples y sencillos ciudadanos, ante semejante proceso de urbanización desbocada en medio de la globalización? ¿Qué puede hacer la Arquitectura cuando la realidad indica que el planeta va por su lado caótico y no se deja influir ni determinar por muy buenas intenciones que tengan los proyectos medioambientalistas y humanistas de urbanización? Sinceramente no tengo respuesta, pero lo que sí sé, es que hubo un tiempo, lo recuerdo muy bien, en que la Filosofía quería cambiar el mundo, pero como el mundo no se dejaba, los filósofos decidieron mejor cambiar de conversación; otros, en cambio, desencantados optaron por escribir bellos poemas de amor. Así, la Arquitectura, al menos los arquitectos más modernos e informatizados, sigue empeñándose, a estas vertiginosas alturas megalopolitanas de la globalización, en cambiar la superficie habitable del planeta, sin darse cuenta que, en realidad, han cambiado de conversación. Sólo hacen bellos poemas de acero, cemento, aluminio y vidrio, en medio de esas caóticas placas tectónicas que, miré nomás por dónde, resultan ser sólo arquitecturas de sociedades anónimas: Firmadas por el dios megaeconómico del mercado pluscapitalista que rige las gigantescas fuerzas globales del planeta, que a toda luz, están cambiando el paisaje de la naturaleza y de las ciudades.En síntesis: ¿En nombre de qué Dios piensan los arquitectos e ingenieros urbanistas al momento de trazar las líneas de la futura metrópolis de Sonora?