martes, 28 de agosto de 2007

LAS DOS CARAS DE LA CORRUPCIÓN

Las dos caras de la corrupción

El fenómeno de la corrupción que tanto daño hace a la ciudadanía, a las familias y empresas justas, es uno de los tópicos que en mi agenda contemplo criticar con periodicidad; ahora lo haré aprovechando la atenta exhortación que nuestro colega Oscar Sicre hizo cuando relató un caso de corrupción privada que seguido se observa en el monopolio de Telmex.

También Sandra Hurtado Abril explica un caso de fraude que continuamente sucede en el uso de las ofertas de créditos de bancos, industria y empresas comerciales. Hay tantos ejemplos de fraudes y casos de corrupción que si Usted sabe de uno (o ha padecido), bien haría en comunicárnoslo, para que lo sepa la opinión pública, y así sumarse al despertar de una ciudadanía hastiada de tanta corrupción a la mexicana.

El hecho es que cada vez vemos más casos en que la ciudadanía, como usuaria o consumidora de mercancías y servicios (públicos y privados), manifiesta públicamente su malestar ante los efectos negativos que conllevan las acciones de corrupción de todo tipo; la nefasta cultura de corrupción que padecemos tiene, como nuestra moneda nacional, sus dos caras de presentación: La pública y la privada. Hasta ahora, sabemos más como funciona la corrupción política y un poco menos de la corrupción privada, aunque igual (si es que no más) de nefasta y perniciosa.

Para no ir tan lejos, recientemente un directivo de la DEA que opera en México afirmó que la corrupción pulula en todos los cuerpos de seguridad nacional imposibilitando el combate contra el narcotráfico y el crimen organizado. Lo que son las cosas: Ahora resulta que allá, “al otro lado”, en las tierras del “american dream” no existen eso flagelos que tanto malestar social provocan. Siempre salen con el mismo guión: Nosotros (los no-gringos) somos los “feos” y “malos”, ellos los “buenos”... Y para que vea como son ambivalentes nuestros vecinos: Moisés Naim, director de la revista norteamericana Foreign Policy de gran influencia ideológica en EEUU, acaba de publicar un artículo controversial a favor de la corrupción, en línea consecuente con el más feroz neoliberalismo económico, propone: “La corrupción es consustancial a la humanidad y por eso tan antigua como ella, con lo que es imposible de determinar y de medir, y oponerse a ella no es sólo inútil sino perverso por los efectos negativos que esa genera”.

Las leyes contra la corrupción, los códigos de conducta empresarial, las ONG y quienes luchan por mantener comportamientos éticos en las actividades económicas y políticas –transparencia, cumplimiento fiscal, etcétera- son para este sujeto, causantes de múltiples daños colaterales al “pretender restringir la cultura del soborno y la codicia”. Más enfático, afirma: “La guerra contra la corrupción está minando la democracia”.

Para él los grandes protagonistas de la corrupción son Kim Young Sam, Helmut Khol, Alain Juppé, Bettino Craxi, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Menem y otros tantos líderes latinoamericanos. Que curioso, ni una sola mención a líderes norteamericanos, menos de empresas famosas en corrupción privada: Enron, Hallburton, Parmalat, el tremendo fraude de la Bolsa de Valores (que por más de veinte años blanqueaba dinero con los ahorros de pequeños inversionistas) y de otros tantos casos de corrupción privada que forman la hoy denominada “cleptocracia mundial” o de guante blanco como nunca antes se había conocido.

De hecho, tanto la corrupción privada (económico-empresarial) como la corrupción política (gubernamental) en la actualidad se les deberían de ubicar desde la perspectiva de la “corrupción sistémica”,como un fenómeno endémico de los sistemas de mercados capitalistas a corregir mediante reales políticas públicas de Estado de Derecho.

Soslayando los factores culturales e ideológicos determinantes de un sistema de corrupción al que considera normal (de la condición humana) el mencionado ideólogo norteamericano que tiene ya sus admiradores en México, procede a justificar la corrupción sistémica elogiando lo que para él serían sus cualidades. Su tesis: “La prosperidad coexiste con niveles importantes de corrupción justamente en los países de más crecimiento”; ejemplifica: China, India, Tailandia... Obviamente para nada menciona a los EEUU. Y para colmo, todavía cuestiona: “¿Cómo vamos a descalificar un sistema que nos hace vivir y progresar?”. Lo que trata de decir el director de Foreign Policy es que, en una época de liberación de las leyes del mercado capitalista, como la que estamos viviendo en México, la competencia se vuelve implacable, virtuosa e infrenable; así, en esa lógica de razonamiento, todo intento de moralización de los mercados privados serían solamente muestras de compasión y debilidad... ¿Cómo la ve?